La vitalidad de las escuelas del Campo Freudiano es indiscutible, y la esperanza de que el discurso psicoanalítico tenga una incidencia cada vez más importante en nuestro mundo no es una utopía. Por nuestra parte, en España, nos preparamos para realizar las XII Jornadas del Campo Freudiano, bajo el título «Patologías del yo en psicoanálisis».
Difícilmente se podría haber elegido un tema más propicio para que el psicoanálisis explique su posición sobre asuntos que van mucho más allá de la esfera restringida del sufrimiento particular. Evidentemente, cuando hablamos del yo, hablamos de la instancia que aparece en un análisis como foco de resistencias. Pero también hablamos de algo que se ha convertido en objeto de idolatría en nuestra época. Sobre este punto el psicoanálisis puede ofrecer algunas claves para comprender la realidad actual, ya que lo particular de cada uno se anuda con el destino colectivo.
La lectura que se haga del papel del yo en el psiquismo, tiene consecuencias políticas. La idea de Freud de centrar al yo sobre el sistema percepción-conciencia, condujo a una parte de sus discípulos a concebir el psicoanálisis como una adaptación a la realidad, perjudicando su eficacia, desvirtuando sus fines y poniéndolo al servicio de una dudosa ideología.
Desde el comienzo de su enseñanza, Lacan criticó esta lectura de los textos freudianos, considerando que el yo tenía una estructura paranoica, es decir, que en cierta forma estaría loco y no podría ser nunca un buen aliado en un análisis. Por ejemplo, refiriéndose a los delirios de celos, de erotomanía y de interpretación, lo caracterizó como «la bella alma misántropa, arrojando sobre el mundo el desorden que hace su ser»
Esto significa que el yo tiene fundamentalmente una función de desconocimiento: desconoce lo que es, y se toma por lo que no es. De ahí que su infatuación y su locura sean para Lacan comparables a lo que Hegel llamó «la ley del corazón y el desvarío de la infatuación», momento de la Fenomenología del Espíritu en que la conciencia se subleva contra el orden del mundo, al que experimenta como opresor, sin saber que eso contra lo que se rebela es la imagen invertida de su propia realidad.
Por lo tanto, una condición indispensable para el comienzo de un análisis es que el psicoanalista produzca una «rectificación subjetiva» en el paciente, es decir, que este empiece por asumir su parte en la realidad de la cual se queja, situándose de otra manera respecto a ella.
El discurso analítico se opone término a término a esa locura del yo que consiste en poner todo lo que odia de sí a cuenta de la maldad del Otro.La identificación al Ideal, de la que el yo se sostiene, implica siempre el rechazo de lo que pondría en entredicho su «unicidad». Además, esta estructura puede reproducirse a gran escala, como lo demostró Freud en su estudio Psicología de las masas y análisis del yo. Basta con la sustitución del Ideal del yo de cada uno por un objeto cualquiera que lo sea de todos, para que la locura del yo, es decir, su delirio de identidad, se transforme en fenómeno de masas, y a veces en política de Estado.
Las distintas formas de segregación social, desde la discriminación más o menos vergonzante, hasta el exterminio metódico de la otra «raza», así como las guerras fratricidas o la destrucción sistemática de culturas, son ejemplos en los que podemos apreciar hasta qué punto esa agresión es una forma de suicidio, hasta qué punto el hombre, en su «furiosa pasión […] de imprimir en la realidad su imagen», es una víctima de sí mismo.