La aparición del Libro IV del Seminario: La relación de objeto —en la versión francesa establecida por Jacques-Alain Miller— es una invitación a adentrarnos en el atravesamiento sin par de algunos textos fundamentales de la casuística freudiana: el pequeño Hans, la Joven homosexual, Leonardo da Vinci.
¿Revisión de Freud?
Esta exploración minuciosa, sin prejuicios ni compromisos, que no pierde detalle en ningún momento se convierte en una reedición «mejorada» de un polvoriento material de archivo.
El paso de Lacan es formador, no un camino trillado.
Si la palabra de Freud vuelve a resonar en la dimensión de su verdad, esto se debe también al hecho de que Lacan se despega de la ortodoxia. El Seminario recorre una serie de circuitos significantes, no para repetir su sentido; por el contrario, asistimos al trazado de una nueva vía que revela ángulos imprevistos que tocan los puntos vivos de la experiencia.
La estructura se ordena así en la suscinta lógica representada en un esquema simple de cuatro patas; como el caballo que preside la fobia del niño de cinco años, cuyas relaciones se articulan por la vía del elemento mínimo que constituyen las letras del matema.
Se obtiene con esto un instrumento singular, con propiedades semejantes a las del caucho, que le dan flexibilidad y a la vez la fuerza necesaria para poder tensar un campo horadado por un vacío central.
La teoría de la falta del objeto desarrollada en todas sus vertientes ha contribuido, entre otras cosas, a que el psicoanálisis con niños se sustraiga de los impasses de la frustración en los que lo mantenía la hegemonía de la maternalización del vínculo. Perspectiva ésta que afectó la conceptualización de la transferencia analítica a lo largo de varios decenios, dejando su impronta en la dirección de la cura y en los impasses de la salida de análisis.
La lógica lacaniana permite que lo particular de cada posición subjetiva se inscriba en la estructura pero también que vaya más allá de ella. Los paradigmas en los que se sitúan los casos clínicos pueden considerarse demostración universal y a la vez cada uno no deja de ser único, irrepetible.
Para eso Lacan «…estaba en el trabajo del inconsciente», para revelar «…que no hay verdad que responda del malestar sino particular a cada uno de los …. hablanteseres», como lo señaló muchos años más tarde, el 15 de enero de 1980, en «Un Otro falta».
La reflexión de Lacan llama al analista a «sentarse en el banquillo» para interrogarse sobre su deseo, recordándole que su acción toca lo real.
La «resolución curativa» a la que llega el niño Hans, por ejemplo, determina, desde las carencias paternas en relación a la castración, una posición que deja al sujeto más acá del franqueamiento de la barrera del fantasma, impidiéndole dar el paso necesario para acceder a la virilidad.
El desenlace del análisis puede resultar, pues, en un impasse.
La Escuela de Lacan ofrece a los analizados un dispositivo en el que pueden, si lo desean, dar cuenta de los resortes de sus salidas.
Los debates sobre el pase y la garantía que han tenido lugar en nuestra Sección, se han centrado durante este año en la transmisión de la experiencia por parte de aquellos colegas que han participado ya en el dispositivo. La enseñanza que de ello han extraído nos presenta con las coyunturas particulares de elaboración de las que se concluye, en determinados casos, la imposibilidad a partir de la impotencia, tal como lo señaló Colette Soler en su presentación del mes de octubre.
La entrada y la salida de análisis implica una estructura temporal a la que se dedicaron las últimas Jomadas de la EEP que tuvieron lugar en París en el mes de setiembre, de las que incluimos algunos trabajos en el presente número de «Freudiana».
Por último, hay que señalar las contribuciones tomadas de las Jornadas Catalanas, realizadas el 28 y 29 de mayo último, sobre: «Vínculos y Soledades».
El discurso, lenguajero, apunta al horizonte deshabitado de donde surge el sujeto. Un gran poeta dio a la soledad una expresión metafórica, diciendo:
La soledad, la musa que el misterio
revela al alma en sílabas preciosas
cual notas de recóndito salterio,
los primeros fantasmas de la mente
me devolvió, a la hora en que pudiera, caída sobre la ávida pradera
o sobre el seco matorral salvaje,
un ascua del crepúsculo fulgente,
tornar en humo el árido paisaje
(Antonio Machado, Soledades.)